sábado, 14 de junio de 2008

Día 24. La celebración

Era un día de fiesta. Zé y yo habíamos terminado un trabajo que empezamos hace un mes y medio. El resultado estaba ya en nuestras manos y podíamos decir misión cumplida. Había que celebrar. Había que emborracharse.

Abrimos en casa la primera botella de vino. Zé sacó a María. Ni me ofreció. Sabía que mi respuesta sería negativa. Mientras yo tomaba el vino lo podía ver fumar e incluso sentir el olor de la hierba sin empezar a salivar como en ocasiones anteriores.

Cuando abrimos la segunda botella ya estaban aquí la Rê (mi otra compañera de piso) y el Joe (un amigo peruano y actual cachascán de la Rê). Poco antes de terminar el vino Zé dijo que iría al baño y no volvió más. Habíamos quedado en que saldríamos, así que lo fui a buscar. Lo encontré tirado sobre su cama. "Se me ha bajado la presión. Estoy doidão", fue su respuesta. Lo dejé y pensé que otro de los beneficios de dejar a María era poder superar ocasiones como esta sin quedar KO antes de la medianoche.

La Rê abrió una tercera botella, de vino blanco esta vez y, sin pensar en la promesa que le hice a mi hígado de no mezclar licores, me tomé tres copas.

Yo había decidido que esa noche celebraría sí o sí. Por lo que después del vino blanco me encontraba en el metro rumbo al Centro, buscando juerga.

Hablé con Karla, una buena amiga peruana a quien le cuento mis amores y desamores con María pues sigue la historia apasionadamente. Me dijo que me daría el alcance en unos minutos más, así que me fui a buscar experiencias por el centro de Barcelona.

A esas alturas de la noche mi amigo control me había abandonado. Fumé hachís y alguna otra cosita con dos vagabundos que encontré por uno de los barrios más yonquis de la ciudad. A pesar de que Tánatos dominaba mi cuerpo, María se mantuvo alejada.

Cuando vi a Karla mi cuerpo y mi mente ya se estaban apagando. Sabía que no duraría mucho más. De todas maneras compré dos cervezas y empezamos a caminar y a conversar.

Karla es una de esas personas que se encariña con la gente y con las situaciones y se interesa de manera sincera por tus historias. Hablamos de muchas cosas que, milagrosamente, aún recuerdo. Le conté porque pienso que las drogas son buenas y porque en algunos seres humanos conviven el amor por la vida y la autodestrucción, los ejercicios y el alochol, la meditación y las drogas... el Bien y el Mal. La intenté convencer (a ella y a mi mismo) de que yo soy una de esas personas.

Algunos minutos más tarde le dije que ya no podía responsabilizarme ni por mi cuerpo ni por mi mente ni por nada. Y que ella se encargue.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y que pasó?? termina la historia...
me quedo con curiosidad....

Anónimo dijo...

No mucho más. Me embarcaron en el bus nocturno. Me dormí en el camino. El chico que estaba a mi lado se levantó justamente en el mismo paradero que yo y por eso me desperté.
Llegué a casita y me tiré sobre la cama. Con la ropa puesta.