sábado, 14 de junio de 2008

Día 23. La meditación

Hace poco más de dos años mi profesora de yoga me entregó un texto sobre como "llevar la mente a casa". La separata no era muy grande pero yo, ocioso como suelo ser, la dejé en mi escritorio y pospuse su lectura.

Cuando preparaba mis maletas para venir a este lado del mundo algo me dijo que debía traer esta separata. La puse en la mochila.

A comienzos del año pasado la leí. Llevar la mente a casa es una analogía del aprendizaje de la meditación. Intenté poner en práctica lo leído pero, inconstante como suelo ser, lo dejé rápidamente.

Varias semanas atrás, en medio de la depresión en la que estaba, tuve la brillante idea de sacar esta separata del cajón, releerla y ponerla en práctica nuevamente. Una de las enseñanzas de este texto es que la meditación, como la mayoría de prácticas, debe ser asumida con "resuelta disciplina y absoluta devoción".

Así lo hice.

Al comienzo resultaba muy difícil alcanzar ese estado mental en el que los pensamientos se disuelven, pero unos días después, cuando empecé a sentir avances, mi estado de ánimo comenzó a cambiar.

Ahora no soy un maestro de la meditación, aún me cuesta mucho, pero empiezo a sentir esta práctica como algo áltamente beneficioso. Meditar ayuda a las personas a descubrirse, a conocer su naturaleza, su esencia. Yo que andaba tan disgustado conmigo mismo y con mi forma de ser empiezo a aceptarme. Empiezo a sentir también un cariño especial por el resto del mundo. Es algo así como una reconciliación conmigo mismo y con los demás.

En estos días de abstinencia meditar me ha ayudado mucho a controlarme. Y aunque no me he vuelto un yogui, ni planeo hacerlo, esta es una de las actividades que te ayudan a ver que la vida puede ser buena más allá de tus relaciones o tus dependencias.

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